Acuarelas [*]

La poesía de la Tierra siempre está viva: es admiración, perplejidad, asombro. También está en la Ciudad. Hay que reconocerla: se vuelve evidente a los ojos a cada instante. Hace unos días me senté a leer un libro en el Monumento a la Revolución mientras esperaba a una amiga. De pronto, cierta algarabía me atrajo: era un grupo de niños, varios adolescentes y algunos adultos que con auténtico júbilo disfrutaban que las fuentes danzantes los mojaran. Cerré el libro y los observé con más detalle. Tuve la misma sensación que sólo muy temprano he llegado a tener, cuando la mayoría duerme y los pájaros nutren el aire con sus trinos.  Probablemente sea por el agua, que todo lo regenera, pues en las mañanas algún trabajador riega las banquetas o las jardineras y el olor a tierra mojada ni el canto de los pájaros jamás serán los mismos el resto del día.

El metro es un verso forzado, tiene ritmo y olores propios que en nada se parecen a los trinos y la tierra mojada. Entrar por la mañana en la estación es dejar el juego infantil y tener que regresar a casa al caer la noche. Por  eso, mientras esperaba a mi amiga, fue muy grato ver que los hombres también son pájaros y por arte de agua vuelan. Reconozco que tuve ganas de mojarme y ser ave, o pez aéreo, pero no lo hice. Tampoco volví a mi lectura; aunque recordé una certeza lejana: de pequeños todos sabemos que podemos volar.

Mañana no llevaré el libro. Probaré suerte con mis alas.


[*] Texto presentado en la tercera entrega de la serie "A renglón sonido" de Radio UNAM. http://www.radiounam.unam.mx/

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