De cómo conocí “Concerning the UFO Sighting Near Highland” de Sufjan Stevens y por qué me gusta tanto*

El iPod, como toda invención humana,
tiene su origen en Lucifer.


El músico se llama Sufjan, de apellido Stevens

A finales de 2007, en el frío xalapeño de la ex unidad de Humanidades, compartíamos la soledad de la explanada António Nogueira y yo. No diré que me dolía una mujer. Eso, comúnmente se sabe, es lugar común. Lo bello de lo triste era que con la saudade había vuelto el asombro. Alrededor, sencillamente, las cosas ocurrían. Poco después, en ese suceder del mundo, apareció Ovidio, mi amigo. Fiel a su estilo, me saludó: “¿Qué iris viejita?, vamos por un yogur”. Entonces cerré el libro y con él las ventanas de un cuarto lisboeta. Comenzó a hablar mucho, de todo: el futbol y las mujeres. Cuando me dio oportunidad le mencioné que me sentía raro, pero que leer a Pessoa me reconfortaba. Entendió que yo necesitaba hablar y me permitió proseguir. No abundé en la historia de la mujer. Ya conocíamos el final. Mejor le mostré un poema de Álvaro de Campos, “Lisbon revisited (1923)”: “Não: não quero nada. / Já disse que não quero nada”. “Pachirri, este vato es la neta”, le dije, y le conté entonces lo que del poeta-legión se dice: la muerte a temprana edad del padre, la del hermano, las segundas nupcias de la madre con el después cónsul portugués en Sudáfrica, la aparición de los primeros amigos imaginarios, el regreso a Lisboa para desde ahí conquistar la literatura y fincar una patria literaria. Le hablé del supra Camões. Luego, le leí otro verso: “Fui como ervas, e não me arrancaram”. Ovidio pareció haber entendido, pues sólo dijo: “Ídolo, por tronado”. Después me comentó que había un músico que me haría escuchar. “Se llama Sufjan, Sufjan Stevens”, e insistió en que me gustaría mucho. Argumentó que él mismo componía e interpretaba sus propios temas, para después, ayudado por alguna tecnología, armar un conjunto. Explicó parte del atractivo de la obra de Stevens en términos musicales que ni entonces ni ahora puedo entender; sin embargo, lo que sí sentí, y muy claro, fue el entusiasmo con el que me lo describía. Como remate, apuntó: “Quiere hacer un disco por cada estado de la unión americana. Pretende retomar el folklore de cada uno, hacerlo sonar”.

Yo, de corazón fácil, me enamoré de la idea.

La canción: “Concerning the ufo Sighting Near Highland”

Ovidio me había prometido una copia del Illinoise. Días después me la entregó: “Toma, para que te ayudes”, añadió luego de habérmela dado. Una vez en casa, luego de un día frío, por lo tanto hermoso de lo nítido que se sienten los huesos, tomé el cd y lo puse en el reproductor de dvd. Primero escuché un leve rechinido, enseguida acompañado por un piano. La melodía del piano se repetía cada cierto lapso. Apareció una flauta, después la voz, luego otra más, para hacer coro. La canción sólo dura dos minutos con nueve segundos. Yo hice que se prolongara por lo menos veinte. No menos de diez veces la repetí, para después, extasiado, dejar que fluyera el resto del disco. Pasadas cinco canciones, regresé a la uno. No me extraña, suelo volver para irme más lejos, como esa noche, que dormí muy tranquilo. Días más tarde, cuando vi a la mujer, le pregunté si conocía a Sufjan Stevens. Respondió que no. Ingenuo y/o estúpido, saqué el disco y se lo regalé.

Semanas después conseguí de nuevo el disco completo y metí las canciones que más me gustaron en el iPod. Cuando temprano comencé a correr, el cuerpo interno se sincronizó poco a poco con el externo. Mucho tuvo que ver Sufjan.

Todos los viernes, primero en el Teatro del Estado, en Xalapa, ahora en Liverpool 16, por las mañanas, me reúno con mis pares, melómanos todos, y dejo que la música me invada. Aunque amo el reguetón, la cumbia, el duranguense, Perotino Magnus, Guillaume de Machaut o Silvestre Revueltas, “Concerning the ufo Sighting near Highland” abre un portal entre mi soledad y otra de mis obsesiones: la música de las esferas; el constante sonido que emite el cosmos en su devenir.


*Texto publicado originalmente en la revista Este País, número 244, agosto de 2011.
http://estepais.com/site/?p=34744

Comentarios

Entradas populares