Nuit étoilée*

¿Oyes clavar el ataúd del cielo?

Vicente Huidobro, Temblor de cielo


¿En qué momento nos gana la prisa? Sí, el buque tiene los días contados, ¿pero quién y a qué distancia anticipa el iceberg? Aquella fantasía de saber la fecha exacta de la muerte propia sólo altera la calma pero no activa el instinto de supervivencia. Pensar que en las horas finales habrá la claridad o el coraje para decir lo que no se ha dicho es, además de ingenuo, abuso de arrogancia. ¿Cómo pedirte, Isolda, que me mires si no me he puesto en la batalla?


Aquí estoy. Soy yo y ésta es mi voz. ¿La reconoces? Volvamos a esa Nuit étoilée de San Andrés Tuxtla y que las chicharras nos arrullen. Te lo diré entonces de nuevo: “me gustaría ser como los griegos.” Y el silencio ocupará nuestros labios. Los astros habrán enderezado el rumbo para que tú y yo, cumplido el fuego, consagremos nuestro aliento a los dioses.


Sí, regresará la energía eléctrica y con ella la ceguera de los hombres. Pero tú y yo habremos respirado en el misterio. No sientas, Isolda, que tus oídos te engañan si con nadie más puedes gozar los cantos de Alcíone. Somos torpes para hablar al ritmo del metro y el semáforo. Tampoco juzgues lo que no comprendas. No sabemos en qué momento ni por qué razón los abandonó el asombro.


Amanece, Isolda, y por fortuna estás conmigo y sonrío. Eso, aquí y doquiera que haya espacio, debo cantarlo. ¿Me oyes?


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