Sobre Paideia*

Habría un par de cosas que decir: que antes hubo un Periodiquito, que ese Periodiquito tenía un barco y que ese barco también era dirigido por Daniel Peralta. Pero igual se batalló primero con un Molino de cuento, círculo y revista literaria en línea, encabezado siempre por el buen Peralta. Y a cuento de qué vendrá todo esto, no faltará quien haga la pregunta. Pues bien, en este número once, de periodismo y literatura, me parece justo que Paideia no sólo sea la plataforma sino también el tema de estas palabras

En la Ciudad de México, de Coyoacán a la colonia Roma, abundan en los cafés o en las muchas librerías varias publicaciones de tiraje diverso cuyo interés principal es la difusión del arte creado por y para el público que ahí se reúne. Hay un mercado y una oferta que cubre en mayor o en menor grado las necesidades de sus consumidores. Hay exposiciones de obras plásticas, funciones de teatro, cine de autor, presentaciones de libros y muchos talleres literarios que encuentran en las publicaciones culturales un medio eficaz para entablar un diálogo con el público y en él persistir. Fuera de este espacio geográfico, salvo en las grandes capitales como Guadalajara o Monterrey, imagino que las condiciones del periodismo cultural no son tan prósperas. Sólo podría hablar de Xalapa, donde pasé siete años. Si bien cuenta con periódicos culturales como Performance, jamás podrá competir en número –no así en calidad– con las publicaciones de la Ciudad de México. ¿A dónde quiero llegar con el planteamiento de tan obvias circunstancias? Me interesa principalmente que el lector comprenda qué papel juega Paideia en el escenario nacional.

Quizás con la siguiente anécdota lo que digo cobre más sentido. Hubo un Periodiquito y ese Periodiquito tenía un barco. Cuando llegaba a los que sin saberlo serían sus números finales, Daniel Peralta me invitó a una Feria del libro en Villa Vicente Guerrero, municipio de Centla, en Tabasco. Le dije que hablaría de José Saramago. A partir de El cuento de la isla desconocida, intentaría ilustrar la importancia de la literatura oral, la finalidad comunicativa del lenguaje y las posibilidades de la imaginación para transformar la realidad. Desviaría el objetivo de este ejemplo si me detengo en los pormenores del viaje. Sólo diré que salimos por la noche de Xalapa. Llegamos a Villahermosa junto con el día y enseguida tomamos el camión que nos llevó a Villa Vicente Guerrero. Aquí comienza lo maravilloso que Paideia representa para mí. Soy de San Andrés Tuxtla, Veracruz. Tenemos un gran poeta que desafortunadamente como el profeta, tampoco lo es de su tierra. Tenemos pintores, jaraneros, decimeros y gente que ha escrito, cantado y bailado a lo bello de nuestro paisaje. Pero no tenemos ferias del libro ni mucho menos periódicos literarios. Hay una biblioteca, aunque entrar en ella exige sortear peligros como los de Escila y Caribdis. Es cierto que en la atmósfera que cubre al pueblo se respira poiesis. Falta que en los cafés, en las cantinas si se quiere, en las mesas familiares, en la biblioteca municipal o en las de las escuelas, haya algo similar a Paideia, que vaya ahí, donde el cepillo de dientes no llega. Falta ese medio que posibilite el diálogo, la comunicación cotidiana entre el arte y la sensibilidad que puede y quiere apreciarlo. Por eso, desde su trinchera en el Golfo de México, en la tierra de Gorostiza, Pellicer y Becerra, Paideia ha apostado por esa gente que no tiene las oportunidades de la gran urbe. Que haya habido ferias del libro como la de Villa Vicente Guerrero o que exista una publicación como Paideia me parece digno de reconocimiento. Pienso, en los versos de El guardador de rebaños de Alberto Caeiro: “El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea/ pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea/ porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.” Hay cientos de publicaciones culturales a nivel nacional. Pocas libran batalles similares a las de Paideia.

En Villa Vicente Guerrero referí la historia del hombre que llamó a la puerta del rey y pidió un barco. Hubo un Periodiquito que también tenía uno y junto con el Molino de cuento son los antecedentes directos que identifico en el compromiso actual de Daniel Peralta. A él lo conozco, por eso lo menciono. Pero cuando hablo de Paideia pienso en todos los que lo hacen posible. Habrá que tener entonces  presentes las palabras de Werner Jaeger: “Con el cambio de las cosas cambian los individuos. El tipo permanece idéntico.” De esta nueva aventura van once números, ojalá que sean muchos más los que puedan mantener vivo el contacto con este otro público al que ahora me dirijo.
[*]Publicado inicialmente como "Paideia: origen y símbolo" en el número 11 del Periódico PAIDEIA http://www.periodicopaideia.blogspot.com/


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